Probablemente, si te detienes a leer estas páginas, es porque buscas algo. Hola. Yo comencé mi búsqueda en mi niñez, tempranamente. En un principio, mis padres me orientaron hacia una religión. Aprendí su práctica y, en parte, su mística. Un buen comienzo. Sin embargo, luego de un silencio de radio que duró años, conocí a una pareja de ancianos maravillosos. Ellos, sin pretender más que dialogar y mostrarme una posibilidad más de vida, me contaron sobre Cafh. Lo pensé y lo pensé y lo pensé. ¿Qué podría hacer un homosexual en un camino espiritual, cuando yo sentía que no tenía lugar ni quería estar en una religión?
Eran los inicios de la década del 90, en una ciudad pequeña, y tenía 22 años. Si bien tenía mis dudas, no podía ignorar mi orientación sexual, así como tampoco mi orientación espiritual. Decidí en ese momento ver si éste era un camino para mí y me sorprendió leer: “Los miembros de Cafh sostenemos que desenvolvernos espiritualmente es nuestra tarea fundamental y que, a través de nuestro desenvolvimiento espiritual, podemos llegar a conocernos a nosotros mismos y comprender nuestra relación con la vida, el mundo y lo divino.” ¡Yo quería conocerme e investigar mi relación con la vida!
Sin embargo, una sombra de incertidumbre permanecía en mi mente. En muchas prácticas espirituales, las intenciones son buenas, pero las prácticas suelen implicar rígidas concepciones tradicionales. Mi querido amigo Oscar, orientador en ese entonces, me sorprendió relatándome que en Cafh se tiene el siguiente principio: “Los seres humanos tenemos derecho a ejercer la libertad de pensar, sentir y decidir sobre nuestra vida sin interferencia de otros. El ejercicio de la libertad es básico para el desenvolvimiento humano y nos da innumerables posibilidades…”.
Luego de 33 años, sigo transitando este camino espiritual, con mucha libertad. Te preguntarás por qué te cuento este pequeño resumen de una vida. Es porque quiero compartir contigo que la búsqueda que estás realizando es un proceso interior individual. Así como otros caminos espirituales usan una vía para ello, como el cuerpo, la contemplación, la oración, en Cafh nuestra vía es la Renuncia.
Te lo explico brevemente. En el trayecto de mi trabajo a casa, paso en mi auto por una colina. Generalmente, escucho un programa de entrevistas en la radio, pero cuando llego a la colina, pierdo la señal. Las opciones son dos: me detengo en la colina a un costado del camino hasta que finalice el programa o sigo y me pierdo la entrevista. El tiempo fluye y tenemos solo la opción de decidir qué hacemos en él. De manera similar, los procesos vitales transcurren y nos sumimos en la inconsciencia o asumimos la posibilidad única de darle un rumbo a nuestra vida. Para ello, es imperioso saber íntimamente qué interacciones descubro en mi interior en relación al mundo y a lo desconocido para ir desarrollando una conciencia profunda que evoluciona. En Cafh, el conjunto de acciones para esa potencial evolución de la conciencia la llamamos la práctica de la Renuncia.
Al tiempo lo percibimos en realidad por la duración de los movimientos, los cambios. El mar nos anuncia su presencia con las olas que acarician la costa. De manera similar, percibimos el Estado de Renuncia a través de las prácticas de silencio y meditación. Definirla en cuanto estado implica acotarla o, peor aún, afirmarse en una creencia. Asi, como cuando colocas tu pie en el mar, el contacto con el agua te permite mirar y percibir la inmensidad del océano. Los caminantes llegamos a él si tomamos esa decisión, y la experiencia de hacerlo es un encuentro íntimo y personal sin la mediación de otros. Y el mar no puede dejar de recibirnos.