Las siete enseñanzas que me dejó la cercanía a la muerte.
Una de las principales experiencias y aprendizajes de mi vida ha sido la relación con la muerte, ya que es una maestra de vida en dar enseñanzas. Enseñanzas que evocan los sabios refranes populares, pero que pocas veces se entienden en toda su totalidad; creo que ahora los comprendo y por eso los usaré para que me acompañen en esta reflexión.
No tenemos la vida comprada, la primera enseñanza.
Aunque este dicho es muy viejo, mis padres me lo recordaron muchas veces con anécdotas, sobre todo en el ámbito comercial, de personas conocidas que contrajeron bienes, negocios o préstamos solo de palabra, y cuando falleció una de las partes, al no haber ninguna escritura que constatara lo pactado, las personas implicadas quedaron impedidas de reclamar legalmente lo acordado.
A nivel interior y con relación a los proyectos de vida, ya sea de corto y largo plazo, aprendí que lo importante no es la conquista de las metas sino la vivencia y experiencia adquirida en cada paso que se da, porque, al final, no se sabe si uno va a estar vivo para ese último peldaño de la meta. Es como cuando se sale de viaje y se espera llegar sano y salvo al lugar establecido; la mejor opción es disfrutar del momento y mantenerse atento y focalizado para no distraerse y evitar desviarse de la ruta. La vida es como un viaje donde no sabemos cuánto dura, y así llegamos a otro refrán.
Agradecer y vivir con lo que se tiene en ese momento, la segunda enseñanza.
Esto se asocia a la vieja analogía de la botella de vino medio llena o medio vacía. La vida se construye a partir de lo que se tiene y de ahí uno se lanza hacia un proyecto por descubrir, no con esa nostalgia que nace del sentimiento de lo no realizado por no tener lo que uno desea; realmente nunca se va a estar contento porque la bolsa de los deseos no tiene fondo y nunca se llena. Se corre detrás del objeto deseado ignorando lo que sí se tiene alrededor.
Lo ilusorio de la vida, la tercera enseñanza.
Esta enseñanza nunca tuvo más relevancia para mí como cuando hace algunos años tuve una experiencia muy cercana a la muerte, después de estar en coma inducido por varios días como resultado de haber contraído el COVID-19. Puedo decir que tuve una segunda oportunidad en la vida. ¡Qué privilegio!
Esta experiencia la divido en dos partes: la experiencia en sí, durante el coma inducido, y lo que aprendí de ella.
Durante el coma tuve muchas vivencias, alucinaciones entremezcladas entre lo que pasaba a mi alrededor y mi imaginación. Había momentos en que veía a las enfermeras y escuchaba lo que ellas decían; me acuerdo de muchas situaciones vividas que después pude constatar como ciertas. Una de esas situaciones fue que en varias ocasiones ponían una tableta Apple en modo de Face Time para que mi esposa me pudiera ver desde la casa. Yo la podía escuchar claramente con sus palabras de aliento, en especial una vez en que ella me puso una grabación del Himno a la Divina Madre, muy hermoso y el coro que lo interpretaba era precioso. Eso me daba tranquilidad y consuelo.
No vi ningún túnel o una luz brillante al final, como muchos me han preguntado, pero sí me encontré ante un espacio muy blanco y luminoso con diferentes peldaños alargados todos blancos y distanciados uno de otro, en diferentes niveles de ascenso donde podía saltar de uno a otro sin sentir gravedad, hasta que unas entidades me agarraron y me devolvieron a la cama, donde se encontraba una enfermera con su jeringa lista para aplicármela, yo le pedía que no me la pusiera que me dejara ir, pero ella me decía “tú vas estar bien”; al final, dejé de insistir en convencerla, después de que ella me dijera: “Te prometo que en tres días tú vas estar bien”. En definitiva, no sé cuántos días pasaron, pero cuando me desperté del coma ella fue una de las primeras enfermeras, si no la primera, no estoy bien seguro, que entró al cuarto de cuidado intensivo para chequear todos los instrumentos o aparatos médicos y demás, a los que estaba conectado y comenzó a decirme: “yo fui la que te puso la inyección” y pasando su mano sobre mi cabeza me dijo; “porque yo voy a salvar a este muchacho” bueno… lo de muchacho es un decir, yo tenía 66 años en ese entonces. Y agregó que fue ella quien estuvo pendiente de mí durante ese tiempo. Ese mismo día al final de su turno, vino a despedirse y tras preguntarle cuándo volvería a verla me dijo que no volvía más, pero que estuviera tranquilo que en la noche iba a estar un enfermero que era de toda su confianza. A la enfermera no la volví a ver en ningún otro cambio de turno como era lo usual con el resto del equipo médico. Pienso con mi mente racional-lógica que ella era una enfermera real, pero se portó como un ángel. Y con respecto al enfermero después de esa noche tampoco lo vi nuevamente.
La relación con la vida puede cambiar, cuarta enseñanza.
Con respecto a cómo esta situación influyó en mi vida interior: cambió mi forma de relacionarme con la vida, además de entender lo ilusorio, lo temporario y la fragilidad de la vida que, en cualquier momento, todo cambia, un accidente, una enfermedad, la muerte de un ser querido; aprendí a amar más, a valorar a los seres cercanos a mí, como familiares, amistades, y a amarlos mucho más como también a vivir más intensamente cada momento y a no huir del dolor, sino asumirlo y afrontarlo.
La vida es hermosa, quinta enseñanza.
Pensar en nuestra propia muerte no es un tema que nos atraiga, sin embargo, tener la muerte presente nos hace vivir de una manera diferente; además de vivir más plenamente, nos hace recordar que todo es pasajero, que nuestros apegos son efímeros y que todos nuestros éxitos y conquistas que hemos ido coleccionando como trofeos, se desvanecen como castillos de arena ante la primera embestida del mar; en un instante ya no queda nada de lo que uno creía tener y, realmente, la vida es así. Por ejemplo, el devenir constante al que muchas veces uno se resiste, tratando de detener el instante para que nuestras conquistas y logros personales no se desvanezcan a través del tiempo. Recordemos que no hay rosa sin espina, y en la vida lo constatamos en muchas ocasiones, pero las rosas son hermosas, al igual que la vida.
La verdadera individualidad, sexta enseñanza.
El apego a la conquista y logros materiales, profesionales e inclusive espirituales es el resultado de una identificación que poco a poco va forjando una autoimagen que cubre la verdadera individualidad. El miedo a perder o desvirtuar esa imagen es el impulsor de los mecanismos de defensa como lo es la negación, la justificación o la proyección, entre otras. Defensas que obstaculizan el confrontar las sombras del alma y dificultan tener una relación con la vida más sana y honesta.
Todas estas defensas ayudan también a mantener las creencias y conceptos que se tienen de la vida donde las interpretaciones de las diferentes experiencias se ajustan a conveniencia de la autoimagen y expectativas de los demás. Se escucha y se ve lo que conviene escuchar y ver y esta identificación con las interpretaciones es la justificación que apoya las creencias y se convierte en lo ilusorio de la vida. Muy cierto este refrán: pocos ven lo que somos, pero todos ven lo que aparentamos.
Vivir cada día plenamente, séptima enseñanza.
Se podría decir que la muerte es una buena consejera además de que nos invita cada mañana a tener una aventura y la oportunidad de vivir: cada día es único e irrepetible y es la opción de vivirlo plenamente y a conciencia. No es necesario esperar a tener una segunda oportunidad, es ahora cuando tenemos la posibilidad de vivir plenamente. A buen entendedor, pocas palabras.



