La Inteligencia Artificial (IA) y su impacto en la vida de los seres humanos es un tema muy presente hoy, en el debate público y en muchas otras áreas. Hemos estado usando formas básicas de IA sin saberlo, como los algoritmos que utilizan las redes sociales y los buscadores de Internet. Últimamente, con la aparición de ChatGPT, Bing, Bard, Copilot, entre otros, muchas personas experimentan la IA de manera directa.
En los extremos del debate, encontramos a los defensores fanáticos de los beneficios que aportará la IA a nuestras vidas y a los detractores fervientes que predicen que la IA será el final del género humano.
Es evidente que, como toda nueva tecnología o invención revolucionaria de la humanidad, hay riesgos y beneficios.
Por ello, quizás más que analizar la IA y sus implicancias, lo relevante es mirarnos a nosotros mismos ya que somos los humanos los que transformamos una tecnología en algo que pueda traer avance o retroceso en el mundo. Y el avance vertiginoso de la IA en este último tiempo hace más urgente esta reflexión.
Cuando no nos conocemos a nosotros mismos, corremos el riesgo de poner el control y la responsabilidad de nuestra vida en algo fuera de nosotros, buscamos las respuestas en un oráculo que ahora lo puede encarnar la IA.
Si la IA puede hacer tantas cosas mucho mejor y más rápido que nosotros, ¿qué nos hace realmente “humanos”? ¿cuál es el valor de ser humanos?
Tal vez consideremos que nuestra capacidad de pensar, facultad atribuida hasta ahora solo al ser humano, puede ser fácilmente superada. Pero, ¿qué actitudes y sentimientos mueven nuestro pensamiento?
Desarrollar la capacidad de discernimiento puede ser una de nuestras mejores habilidades. Esto implica desarrollar el pensamiento crítico e independiente, es decir, no identificarnos impulsivamente con una postura u opinión sin antes considerarla desde diferentes perspectivas.
Es fácil dejarse llevar por la polarización y convertirse en un fanático de alguna postura. Es el pensamiento “a favor de… o en contra de…”. A favor o en contra de las vacunas, a favor o en contra de la eutanasia, a favor o en contra del aborto, por ejemplo.
Podemos entregar nuestro discernimiento a los medios de comunicación, a la opinión de expertos, a los “influencers” que tienen una gran cantidad de seguidores. Para tener nuestra “propia” opinión, es fundamental desarrollar la capacidad de cuestionar nuestros supuestos y afirmaciones, preguntarnos sobre qué nos basamos y cuál es la fuente de la que parten esas afirmaciones.
Los seres humanos solemos caer en lo que se denomina “sesgo de confirmación”, es decir, en encontrar siempre los argumentos y opiniones que afirman lo que creemos y en rechazar los que lo contradicen.
El pensamiento alerta implica una actitud de escucha profunda, para reconocer cuándo estamos realmente queriendo ampliar nuestra comprensión o aprender algo nuevo, y diferenciarlo de cuándo estamos simplemente buscando confirmar lo que ya sabemos.
La escucha profunda parte de una actitud humilde de reconocer que sabemos muy poco acerca de la realidad. Esto despierta nuestra curiosidad para abrirnos a lo desconocido, con el genuino interés por ampliar los límites de nuestra percepción y de nuestra conciencia.
Lo anterior nos demuestra por qué son tan importantes las conversaciones entre los seres humanos. Este es otro aspecto esencial que no deberíamos perder. A diferencia de “conversar” con una IA, cuando conversamos entre humanos, nos confrontamos con diferentes visiones de la realidad que, en general, no intentan complacernos, que nos desafían y nos interpelan. A veces, estas conversaciones hacen salir nuestras emociones ocultas y nos pueden hacer sentir incómodos o inseguros.
El diálogo entre humanos siempre es incierto, y se mezclan nuestras ideas, emociones, experiencias, prejuicios, cultura, etc. Esta mezcla es precisamente un disparador para la evolución humana, nos lleva a confrontarnos con nuestros límites personales. Y si logramos no huir de ello, podemos ir más allá de esos límites.
Tener la capacidad de estar frente a nuestra ignorancia y aceptar la inseguridad e incertidumbre que eso conlleva es un paso muy importante en la expansión de nuestra conciencia.
Desde este punto de vista, aceptar el reto de las relaciones humanas es un gran motor en nuestra evolución. Por ello es importante cuidar que la tecnología no sea un mediador en esas relaciones, o peor aún, una barrera que las invisibiliza y las reemplaza.
Mirando los extremos, las relaciones entre los humanos pueden llevarnos a la guerra y a la destrucción, pero también podemos desarrollar la compasión, la fraternidad, la colaboración y el amor.
Ninguna tecnología debería fomentar la separatividad. Hoy sabemos que la IA tiene el poder de manipularnos y de agravar las desigualdades y divisiones, fomentando la información errónea (fake news), la desinformación y el discurso del odio. De esta forma se fomentan las debilidades de los seres humanos. Estos daños son posibles haciendo un indebido uso de los datos personales que manejan las grandes compañías de tecnología. Hasta ahora, siempre son los seres humanos quienes deciden qué uso hacer de una nueva herramienta.
Podríamos considerar como buena aquella tecnología que nos apoyara en desenvolver nuestras mejores capacidades y posibilidades, que nos ayudara a comprender las diferencias culturales y de todo tipo, y a aceptarlas. Y que nos entrenara para cooperar con otros seres humanos en los retos que tenemos como sociedad. ¡Qué bueno sería esto para la humanidad! ¡Cuántos problemas actuales podrían encontrar solución!
Está en nuestras manos qué camino seguir, qué apoyar y qué no. El futuro de los seres humanos y del planeta dependerá de nuestro discernimiento y de nuestras elecciones. En última instancia, dependerá de cuánta consciencia de nosotros mismos podamos generar, y de que sepamos reconocer y alimentar del valor de lo humano.